El adolescente que tira su celular al alcantarillado, porque pese a toda la tecnología, a las redes sociales ahí integradas, nunca le llegó el mensaje que siempre esperó.
La madre que huye despavorida de su hijo que hace berrinche sobre el suelo de un centro comercial.
El conductor que abandona el auto que no ha terminado de pagar en plena Calle Martí, luego de haber soportado el último bocinazo del carro vecino.
El padre de familia que rompe su tarjeta de crédito, sintiendo las ojeras de un sueño que no entiende nada de interés compuesto.
La ama de casa que rompe el televisor plasma cuando cancelan su telenovela favorita. Su marido que habría hecho lo mismo una semana después cuando perdió su equipo de fútbol.
El alumno que abandona el salón de clase, preguntándose cuándo le enseñarán a preguntar, a encontrar sus propias dudas.
El feligrés que abandona la iglesia en plena comunión, cuando se parte el cuerpo del carpintero ante un altar bañado en oro.
El creyente que guardo su dinero en el culto cuando le garantizan el trueque diezmo-milagro.
El candidato que toca fondo en pleno debate presidencial, mira a la cámara y murmura: aquí nada va a cambiar.
El guardián de seguridad privada que depone sus armas ante las cosas ajenas que cuidó con su vida por más de 15 años.
El soldado que huye, que se da de baja, luego de preguntarse: qué estoy haciendo aquí.
La jubilada que prefiere pasar hambre a gastar un minuto más de su vida en esa cola de banco.
El pandillero, tatuado en todo su cuerpo, que sale a la calle desarmado para que lo reconozcan, para que la sociedad sepa juzgarlo 'ojo por ojo'.
La señora que tira por el retrete sus medicinas contra la hipertensión.
El niño que decide guardarse la moneda ante la fuente, ningún deseo qué cumplir.
La fe que se nos escurre cuando nos lavamos la manos.
La bala que pongo en el tambor del revólver; la soga que enlazas en la rama.