La escopeta del
policía que cuida agotado la entrada de la joyería, el alambre de púas de la
casa vecina, el pastor alemán mal alimentado que merodea el patio del taller,
el blindaje de los automóviles, la contraseña para acceder a nuestros celulares
o laptops, el alarma de los carros, el candado de los baúles, la inversión en
armamento, el detector de metales en el aeropuerto, los guardias de las
discotecas palpando a cada cliente, las cámaras de vigilancia apostadas a cada
esquina, las rejas de los balcones, el polarizado de las ventanillas, el doble
cerrojo de nuestras puertas, la privacidad de nuestros perfiles en las redes
sociales, el arma que guarda nuestro padre en la gaveta de su mesa de noche; cuánto
símbolo del miedo, cuánta violencia pasiva siendo el “por si acaso” de cada
día, cuánta paranoia reclamándonos, poseyendo cada uno de nuestros sentidos, en
cada ocasión, el rabillo del ojo verificando que nadie nos siga, la mano
escondiendo el dinero dentro del sostén, en los calcetines. Pese a tanto desamparo,
pese a la guerra fría que se ha declarado, donde pocos atacan, donde todos se
resguardan, la paz surge en la intimidad, en una mesa compartida, en un brindis
por la primera de muchas, habiendo tanto precedente, en un abrazo insospechado,
quedarse un rato más para escuchar el final de la historia del tipo que se
rehabilitó de las drogas, la bendición que nos dan nuestros padres, hijos,
pareja antes de salir de casa. La paz es la contradicción, el nudo de nuestra
cotidianeidad, lo que nos alienta a soportar el bus atestado, la voz insulsa
del profesor que habla sobre la responsabilidad de antes, la prepotencia de
nuestro jefe, la desazón del desempleo, el bullicio de los niños al regresar de
la escuela. La paz es lo que encuentro en mi hermano, en mis padres, cuando me
abren la puerta de la casa, en mis amigos cuando hablamos, cuando me destapan
una gaseosa o una cerveza, en usted que lee y me imagina escribiendo, en el
policía que contesta “el buenos días” mientras sostiene su rifle. La paz es el
antónimo del miedo, lo que sucede cuando somos valientes y nos oponemos a
desentendernos del prójimo, repitiendo las palabras de Martí: mi patria es la
humanidad, encontrando un hermano en cada persona, en la persona que hace fila
delante de nosotros en el banco.
viernes, 20 de septiembre de 2013
domingo, 15 de septiembre de 2013
Mucho patriotismo, mucha palabra.
Guatemala
obviamente
es una nación hermosa, habitado obviamente por personas maravillosas y
trabajadoras, obviamente el país de la eterna primavera. Tanta obviedad, tanta
palabra de panfleto que no conduce a ningún lugar, que saluda a una bandera, un
azul y blanco que hoy ondea en las ventanas de los autos que hacen el
embotellamiento en el Periférico, en los comerciales de la Gallo, en la casa
presidencial, dándole sombra a un soldado que todavía no ha almorzado. Porque
hoy todos nos sentimos chapines, de soundtrack “Mi país” de Ricardo Arjona o el
himno nacional, guatemaltecos hasta la muerte, insisten en ello, que Dios me
dio un privilegio por haber nacido aquí, que no puede haber un sitio mejor; el
patriotismo como forma de enajenación colectiva, que el quetzal volará más
alto, en sus alas levantará un nombre inmortal. No me malentiendan, me alegra
que celebremos la libertad, una independencia tan relativa, pero
simultáneamente las malas noticias continúan apareciendo, terminan asomándose
en los diarios, la televisión, pero son más de lo mismo, una repetición a
medias: misma tragedia, distintos actores. ¿Y qué se puede hacer con ellas?,
tragarse los reportajes, exclamando: ojalá la violencia no me toque a mí, a
ningún familiar, a ningún conocido. Todo es una evasión, incluso hoy con su
algarabía de identidad e integración nacional. Ahora les cuento las ocasiones
en que yo celebro a Guatemala: cuando alguien devuelve el vuelto de más que le
dieron en la tienda, cuando deposito la basura en su lugar, cuando orillo el
carro para que pase la ambulancia, cuando comparto mi tortrix con alguien que
apenas conozco, cuando brindamos sin motivo, cuando estando atestada la 203 le
cedo mi asiento a la señora con bastón, cuando después de escuchar tiros por la
noche, le digo a mi esposa: sí hay gente matando y muriendo afuera, pero
también hay parejas amándose en las paradas de bus, en las esquinas más
inesperadas. Sí celebro Guatemala todos los días, es la esperanza que nace en
el epicentro del pesar, la frase de Facundo Cabral: “Una bomba hace más ruido que
una caricia, pero por cada bomba que destruye, existen millones de caricias que
construyen la vida”.
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