La escopeta del
policía que cuida agotado la entrada de la joyería, el alambre de púas de la
casa vecina, el pastor alemán mal alimentado que merodea el patio del taller,
el blindaje de los automóviles, la contraseña para acceder a nuestros celulares
o laptops, el alarma de los carros, el candado de los baúles, la inversión en
armamento, el detector de metales en el aeropuerto, los guardias de las
discotecas palpando a cada cliente, las cámaras de vigilancia apostadas a cada
esquina, las rejas de los balcones, el polarizado de las ventanillas, el doble
cerrojo de nuestras puertas, la privacidad de nuestros perfiles en las redes
sociales, el arma que guarda nuestro padre en la gaveta de su mesa de noche; cuánto
símbolo del miedo, cuánta violencia pasiva siendo el “por si acaso” de cada
día, cuánta paranoia reclamándonos, poseyendo cada uno de nuestros sentidos, en
cada ocasión, el rabillo del ojo verificando que nadie nos siga, la mano
escondiendo el dinero dentro del sostén, en los calcetines. Pese a tanto desamparo,
pese a la guerra fría que se ha declarado, donde pocos atacan, donde todos se
resguardan, la paz surge en la intimidad, en una mesa compartida, en un brindis
por la primera de muchas, habiendo tanto precedente, en un abrazo insospechado,
quedarse un rato más para escuchar el final de la historia del tipo que se
rehabilitó de las drogas, la bendición que nos dan nuestros padres, hijos,
pareja antes de salir de casa. La paz es la contradicción, el nudo de nuestra
cotidianeidad, lo que nos alienta a soportar el bus atestado, la voz insulsa
del profesor que habla sobre la responsabilidad de antes, la prepotencia de
nuestro jefe, la desazón del desempleo, el bullicio de los niños al regresar de
la escuela. La paz es lo que encuentro en mi hermano, en mis padres, cuando me
abren la puerta de la casa, en mis amigos cuando hablamos, cuando me destapan
una gaseosa o una cerveza, en usted que lee y me imagina escribiendo, en el
policía que contesta “el buenos días” mientras sostiene su rifle. La paz es el
antónimo del miedo, lo que sucede cuando somos valientes y nos oponemos a
desentendernos del prójimo, repitiendo las palabras de Martí: mi patria es la
humanidad, encontrando un hermano en cada persona, en la persona que hace fila
delante de nosotros en el banco.
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