Guatemala
obviamente
es una nación hermosa, habitado obviamente por personas maravillosas y
trabajadoras, obviamente el país de la eterna primavera. Tanta obviedad, tanta
palabra de panfleto que no conduce a ningún lugar, que saluda a una bandera, un
azul y blanco que hoy ondea en las ventanas de los autos que hacen el
embotellamiento en el Periférico, en los comerciales de la Gallo, en la casa
presidencial, dándole sombra a un soldado que todavía no ha almorzado. Porque
hoy todos nos sentimos chapines, de soundtrack “Mi país” de Ricardo Arjona o el
himno nacional, guatemaltecos hasta la muerte, insisten en ello, que Dios me
dio un privilegio por haber nacido aquí, que no puede haber un sitio mejor; el
patriotismo como forma de enajenación colectiva, que el quetzal volará más
alto, en sus alas levantará un nombre inmortal. No me malentiendan, me alegra
que celebremos la libertad, una independencia tan relativa, pero
simultáneamente las malas noticias continúan apareciendo, terminan asomándose
en los diarios, la televisión, pero son más de lo mismo, una repetición a
medias: misma tragedia, distintos actores. ¿Y qué se puede hacer con ellas?,
tragarse los reportajes, exclamando: ojalá la violencia no me toque a mí, a
ningún familiar, a ningún conocido. Todo es una evasión, incluso hoy con su
algarabía de identidad e integración nacional. Ahora les cuento las ocasiones
en que yo celebro a Guatemala: cuando alguien devuelve el vuelto de más que le
dieron en la tienda, cuando deposito la basura en su lugar, cuando orillo el
carro para que pase la ambulancia, cuando comparto mi tortrix con alguien que
apenas conozco, cuando brindamos sin motivo, cuando estando atestada la 203 le
cedo mi asiento a la señora con bastón, cuando después de escuchar tiros por la
noche, le digo a mi esposa: sí hay gente matando y muriendo afuera, pero
también hay parejas amándose en las paradas de bus, en las esquinas más
inesperadas. Sí celebro Guatemala todos los días, es la esperanza que nace en
el epicentro del pesar, la frase de Facundo Cabral: “Una bomba hace más ruido que
una caricia, pero por cada bomba que destruye, existen millones de caricias que
construyen la vida”.
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