“Situación sentimental: En una relación seria con Jesús, cada día de mi
vida”. Cómo contener mi sentido del ridículo luego de leer esto, el que se pega
una carcajada, convencido que Luisa sí está loca, que es capaz de exhibir su
fanatismo en el Facebook, escribir
ahí sobre religión para que la gente se percate que es una apóstol, un prodigio
espiritual. No soy ateo, puede que atraviese una crisis pero no soy escéptico
respecto a todo y todos; hay enseñanzas que me conmueven, ‘el que esté libre de
pecado que tire la primera piedra’, un par de nombres bíblicos por los cuales
me habría gustado ser inscrito en el registro público (Jacobo y Lucas) y las
posadas donde cumplo mi fantasía frustrada de ser músico de percusión con el
caparazón de una tortuga. Eso sí, no creo en los milagros, en la fe cimentada
en pasos sobre el agua, ciegos iluminados (ah, las metáforas), cerdos
suicidándose, resucitaciones pronosticadas; pero puede que un día la moneda dé
vuelta: enfermedad terminal, desamparo en desierto financiero, y ahí sí, el
peregrinaje hacia el mal trago de vino improvisado.
La verdad pensé que me mandaría antes a la chingada. Sé que tomó mal que
nos besáramos en el bar y no la llamara o le mandara un mensaje a su celular al
otro día, a los dos días, a los tres meses. No está acostumbrada a los
desaires, se siente pretendida, incluso tuvo la ostentación de colgarle la
llamada a dos tipos diferentes mientras tomábamos nuestras cervezas, mientras
caía poco a poco, siendo seducida por la proximidad y el alcohol, la penumbra
con propósito de las lámparas. Los tiempos no están para que la haya buscado
solamente por un par de besos de su boca, una que fue frenética, despectiva,
que me acusó de aprovechado. Ahí tomé la decisión de no buscarla de nuevo, pero
la soledad instiga, enciende focos, ata, sumerge, picana eléctrica en el centro
de la sonrisa, obligándome a comerme recalentadas mis palabras, a que la
buscase con una excusa absurda, exponiéndome, dándole la oportunidad para que
esta vez yo fuese el desairado, atreviéndose a escribirme que ella sabía que la
volvería a buscar, en ese momento creí que era intuición, no sospeché ningún
trasfondo bíblico, ninguna supuesta intervención divina.
Quizá su nueva actualización de Facebook
no es una indirecta, quizá no se dirija a mí dándome la espalda, sin
oportunidad de réplica, enseguida puede lavarse las manos y asegurar que lo
hace por ella, así ratifica lo que piensa y siente, lo que no cedió en su interior
cuando le insinué que me atraía mucho, pero que no podía ofrecerle una relación
estable, mucho menos una interacción sin deseo; habré sido malinterpretado o
bien entendido, habrá creído que mi intención se refugiaba en la oscuridad
traslúcida bajo sábanas, en la guantera junto a los preservativos, en el cajón
de su lencería. Su superioridad moral escribe para todos, muestra sus palabras en
un escaparate donde seguramente no recibirá pedradas, likes que la agasajan, comentarios apoyándola, caritas que le
sonríen a la pésima metáfora del deseo como la sed, el hombre lujurioso como el
hombre sediento, ambos perdiendo el interés, alejándose del objeto, como si
éste no quisiera derramarse por las comisuras de sus labios, escurrirse en cada
poro, confirmando vida y temblor. Da entender que el deseo no es para ella, que
una fuerza divina obró sobre su cuerpo para no sentir el pálpito de la
proximidad, lo que bulle en la sangre, en cada estertor, cuando los besos ya no
son suficientes.
Los últimos días he entrado a Facebook
con el único propósito de leer lo que escribe Luisa; antes buscaba una
risa fácil, un motivo de burla, ahora encuentro un escozor por el lado del
miedo. Asegura que sólo Dios basta, que la felicidad no se consigue con fiestas
y sexo, es la consecuencia directa de encarar a Jesús. Continúa santificándose,
siendo mártir de sus propios impulsos; puede que su dios no sea el mismo que el
mío, uno que entiende que hay tiempo para todo, para la juventud y las fiestas,
para el sexo y el amor, para la sabiduría que es resultado y aplomo ante lo que
falta por encarar cuando llegue el momento. Porque poner todo (las riquezas y
miserias del mundo), la vida misma, en función de un encuentro con Dios, es un
propósito mercenario. El paraíso es la nada amueblada para los cobardes.
‘Ah, los cuates, sólo para chingar sirven’, lo pude haber dicho sólo
para mí, pero mejor que quede constancia de ello entre un sorbo de ron y otro,
lo bien que se está en la mesa charlando pese a la sinceridad, hoy me señala y
no me siento incómodo, bromean sobre los mensajes que le envié a Luisa, ¿cómo
supieron?, ¿quién les contó?, lo malo de tener amigos en común, sobre lo que
sube a Facebook, donde grita mi
nombre entrelíneas. Puede que todos riamos, pero mi risa está en otro sitio, me
quedé en las palabras de Francisco, en su testimonio cuando la acompañó a un
micro-retiro en su iglesia: gente levantando las manos reclamando la gracia, Luisa asegurando que se le habían concedido los dones del espíritu santo, él golpeado
por la perturbación, saliendo a tomar aire. Todo era un estruendo, habían
lágrimas, se tapó el rostro y la mesa se dibuja ante él, luego el vaso vacío,
‘servime otro trago, con más hielo’. Ahora entiendo el sentido de “sabía que me
volverías a buscar”, no lo atribuía a su intuición, lo tomó como una profecía,
una manifestación de su don espiritual. Acaso ya es imposible no verme
involucrado en su delirio, atestiguando a través de Facebook cómo su vida cotidiana pierde simplicidad, cada acto, cada
pensamiento era una explicación, un designio divino. Ninguna casualidad,
ninguna destreza ordinaria: el consejo lanzado al aire proviene del don de la
sabiduría; la salud de sus pacientes ya no de tantas horas de estudio sino el
carisma de curación; su manejo de inglés el don de diversidad de lenguas. Así
puedo enumerar mi miedo, viéndome cada vez mejor definido en una profecía que
no veo cómo puede terminar bien.
Tengo la intención de cerrar mi cuenta de Facebook, ya lo he hecho antes y lo cierto es que me he depurado de
tanto exhibicionismo, opiniones personales que buscan la aprobación del
prójimo, el sinsentido de subir fotos para que los demás se enteren que estoy
viviendo, que me he cambiado de corte de cabello, que tengo nuevos amigos. Sin
embargo, esta vez una inquietud me lo impide, la necesidad por bajar en las
publicaciones de mis contactos, sin detenerme hasta encontrar el estado que
debía aparecer, la continuación de esa pesadilla que poco a poco impone su
contorno, hoy Luisa cita al Padre Pío: “El ser tentado es signo de que el
alma es muy grata al señor”. Vuelvo a leer y no contengo esta indignación
temblorosa que me dificulta escribir, esto que entiendo y puede ser mi
exageración, o el ego que se complace en este tipo de adversidad, sé que yo fui
esa tentación superada, esa puesta en jaque que ella supo sortear bien. ¿A qué
la habré seducido?, ¿a qué caminos la habré exhortado a dar el primer paso?
Noches largas murmurando mi nombre, deseándome ahí, en su habitación a oscuras,
el roce que quema, que enceguece, que no puede ser otra cosa que la gloria sin
portones dorados abriéndose.
Porque conmigo se habría desmoronado la posibilidad de un noviazgo
santo, esa interacción asexual de manos recatadas, labios sin pasión ni sed,
ojos enfermos que sólo miran hacia futuro, hacia el lecho de casados sobre el
cual puede que nos desconozcamos. Ella quiso o supo ver en mí ese emisario del
pecado, una oportunidad para ser puesta a prueba, para ser mejor hija de Dios.
¿Habrá obrado en ella su don de discernimiento de espíritus?, divisando en mi
horizonte, en la resonancia estetoscópica de mi corazón, la tiniebla que gira
mis pupilas hacia atrás mientras creo dormir, mientras me resigno al ulular
nocturno de las palomas, poblándome por completo cuando las imprecaciones ante
el tráfico matutino, cuando el desfogue deprimente en la pornografía violenta, cuando
pienso en Luisa rezando por mi alma en tribulación.
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