viernes, 25 de julio de 2014

Preservativos en la guantera

“Situación sentimental: En una relación seria con Jesús, cada día de mi vida”. Cómo contener mi sentido del ridículo luego de leer esto, el que se pega una carcajada, convencido que Luisa sí está loca, que es capaz de exhibir su fanatismo en el Facebook, escribir ahí sobre religión para que la gente se percate que es una apóstol, un prodigio espiritual. No soy ateo, puede que atraviese una crisis pero no soy escéptico respecto a todo y todos; hay enseñanzas que me conmueven, ‘el que esté libre de pecado que tire la primera piedra’, un par de nombres bíblicos por los cuales me habría gustado ser inscrito en el registro público (Jacobo y Lucas) y las posadas donde cumplo mi fantasía frustrada de ser músico de percusión con el caparazón de una tortuga. Eso sí, no creo en los milagros, en la fe cimentada en pasos sobre el agua, ciegos iluminados (ah, las metáforas), cerdos suicidándose, resucitaciones pronosticadas; pero puede que un día la moneda dé vuelta: enfermedad terminal, desamparo en desierto financiero, y ahí sí, el peregrinaje hacia el mal trago de vino improvisado.
La verdad pensé que me mandaría antes a la chingada. Sé que tomó mal que nos besáramos en el bar y no la llamara o le mandara un mensaje a su celular al otro día, a los dos días, a los tres meses. No está acostumbrada a los desaires, se siente pretendida, incluso tuvo la ostentación de colgarle la llamada a dos tipos diferentes mientras tomábamos nuestras cervezas, mientras caía poco a poco, siendo seducida por la proximidad y el alcohol, la penumbra con propósito de las lámparas. Los tiempos no están para que la haya buscado solamente por un par de besos de su boca, una que fue frenética, despectiva, que me acusó de aprovechado. Ahí tomé la decisión de no buscarla de nuevo, pero la soledad instiga, enciende focos, ata, sumerge, picana eléctrica en el centro de la sonrisa, obligándome a comerme recalentadas mis palabras, a que la buscase con una excusa absurda, exponiéndome, dándole la oportunidad para que esta vez yo fuese el desairado, atreviéndose a escribirme que ella sabía que la volvería a buscar, en ese momento creí que era intuición, no sospeché ningún trasfondo bíblico, ninguna supuesta intervención divina.
Quizá su nueva actualización de Facebook no es una indirecta, quizá no se dirija a mí dándome la espalda, sin oportunidad de réplica, enseguida puede lavarse las manos y asegurar que lo hace por ella, así ratifica lo que piensa y siente, lo que no cedió en su interior cuando le insinué que me atraía mucho, pero que no podía ofrecerle una relación estable, mucho menos una interacción sin deseo; habré sido malinterpretado o bien entendido, habrá creído que mi intención se refugiaba en la oscuridad traslúcida bajo sábanas, en la guantera junto a los preservativos, en el cajón de su lencería. Su superioridad moral escribe para todos, muestra sus palabras en un escaparate donde seguramente no recibirá pedradas, likes que la agasajan, comentarios apoyándola, caritas que le sonríen a la pésima metáfora del deseo como la sed, el hombre lujurioso como el hombre sediento, ambos perdiendo el interés, alejándose del objeto, como si éste no quisiera derramarse por las comisuras de sus labios, escurrirse en cada poro, confirmando vida y temblor. Da entender que el deseo no es para ella, que una fuerza divina obró sobre su cuerpo para no sentir el pálpito de la proximidad, lo que bulle en la sangre, en cada estertor, cuando los besos ya no son suficientes.
Los últimos días he entrado a Facebook con el único propósito de leer lo que escribe Luisa; antes buscaba una risa fácil, un motivo de burla, ahora encuentro un escozor por el lado del miedo. Asegura que sólo Dios basta, que la felicidad no se consigue con fiestas y sexo, es la consecuencia directa de encarar a Jesús. Continúa santificándose, siendo mártir de sus propios impulsos; puede que su dios no sea el mismo que el mío, uno que entiende que hay tiempo para todo, para la juventud y las fiestas, para el sexo y el amor, para la sabiduría que es resultado y aplomo ante lo que falta por encarar cuando llegue el momento. Porque poner todo (las riquezas y miserias del mundo), la vida misma, en función de un encuentro con Dios, es un propósito mercenario. El paraíso es la nada amueblada para los cobardes.
‘Ah, los cuates, sólo para chingar sirven’, lo pude haber dicho sólo para mí, pero mejor que quede constancia de ello entre un sorbo de ron y otro, lo bien que se está en la mesa charlando pese a la sinceridad, hoy me señala y no me siento incómodo, bromean sobre los mensajes que le envié a Luisa, ¿cómo supieron?, ¿quién les contó?, lo malo de tener amigos en común, sobre lo que sube a Facebook, donde grita mi nombre entrelíneas. Puede que todos riamos, pero mi risa está en otro sitio, me quedé en las palabras de Francisco, en su testimonio cuando la acompañó a un micro-retiro en su iglesia: gente levantando las manos reclamando la gracia, Luisa asegurando que se le habían concedido los dones del espíritu santo, él golpeado por la perturbación, saliendo a tomar aire. Todo era un estruendo, habían lágrimas, se tapó el rostro y la mesa se dibuja ante él, luego el vaso vacío, ‘servime otro trago, con más hielo’. Ahora entiendo el sentido de “sabía que me volverías a buscar”, no lo atribuía a su intuición, lo tomó como una profecía, una manifestación de su don espiritual. Acaso ya es imposible no verme involucrado en su delirio, atestiguando a través de Facebook cómo su vida cotidiana pierde simplicidad, cada acto, cada pensamiento era una explicación, un designio divino. Ninguna casualidad, ninguna destreza ordinaria: el consejo lanzado al aire proviene del don de la sabiduría; la salud de sus pacientes ya no de tantas horas de estudio sino el carisma de curación; su manejo de inglés el don de diversidad de lenguas. Así puedo enumerar mi miedo, viéndome cada vez mejor definido en una profecía que no veo cómo puede terminar bien.
Tengo la intención de cerrar mi cuenta de Facebook, ya lo he hecho antes y lo cierto es que me he depurado de tanto exhibicionismo, opiniones personales que buscan la aprobación del prójimo, el sinsentido de subir fotos para que los demás se enteren que estoy viviendo, que me he cambiado de corte de cabello, que tengo nuevos amigos. Sin embargo, esta vez una inquietud me lo impide, la necesidad por bajar en las publicaciones de mis contactos, sin detenerme hasta encontrar el estado que debía aparecer, la continuación de esa pesadilla que poco a poco impone su contorno, hoy Luisa cita al Padre Pío: “El ser tentado es signo de que el alma es muy grata al señor”. Vuelvo a leer y no contengo esta indignación temblorosa que me dificulta escribir, esto que entiendo y puede ser mi exageración, o el ego que se complace en este tipo de adversidad, sé que yo fui esa tentación superada, esa puesta en jaque que ella supo sortear bien. ¿A qué la habré seducido?, ¿a qué caminos la habré exhortado a dar el primer paso? Noches largas murmurando mi nombre, deseándome ahí, en su habitación a oscuras, el roce que quema, que enceguece, que no puede ser otra cosa que la gloria sin portones dorados abriéndose.

Porque conmigo se habría desmoronado la posibilidad de un noviazgo santo, esa interacción asexual de manos recatadas, labios sin pasión ni sed, ojos enfermos que sólo miran hacia futuro, hacia el lecho de casados sobre el cual puede que nos desconozcamos. Ella quiso o supo ver en mí ese emisario del pecado, una oportunidad para ser puesta a prueba, para ser mejor hija de Dios. ¿Habrá obrado en ella su don de discernimiento de espíritus?, divisando en mi horizonte, en la resonancia estetoscópica de mi corazón, la tiniebla que gira mis pupilas hacia atrás mientras creo dormir, mientras me resigno al ulular nocturno de las palomas, poblándome por completo cuando las imprecaciones ante el tráfico matutino, cuando el desfogue deprimente en la pornografía violenta, cuando pienso en Luisa rezando por mi alma en tribulación. 

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