Compartieron la
penumbra del Salón Barroco de la BUAP. Escucharon cientos de voces hablando
simultáneamente; idiomas y acentos construyendo un mapamundi. Sin embargo, algo
parecido a un desaliento, un peso en el diafragma, disminuyó las suyas. Quizá
hoy lo llamen sentimiento de inferioridad, pero en ese momento se descubrieron
sobrepasados por las circunstancias, padeciendo esa sensación de no encajar, de
no merecer ocupar ese sitio entre más de doscientos estudiantes de intercambio.
Los tres guatemaltecos habrían de identificarse en el desconcierto, viviéndolo
cada uno a su manera. Parecía que todos fluían, se relacionaban, hablaban entre
sí, retratándose, extendiendo banderas y vestidos, mientras ellos derivaban,
buscando una respuesta que no habría de llegar. No comprendían por qué se
sentían empequeñecidos a la par de los demás, por qué intimidados ante los colombianos
que eran una multitud bailando, ante los argentinos dueños de su espacio, ante
los europeos con ese extraño aire de asombro y seguridad que debieron haber
traído los conquistadores. La claridad se hallaba tan accesible; bastaba abrir
el folleto que el instituto de turismo les había dado para la ocasión, leer en
negrilla: Guatemala, país plurilingüe y
pluricultural. Se convencieron que es un hecho, mas no se reconocieron en
él. Porque algo podrido latía en el papel, un rumor de sirena persiguiéndolos.
Y quizá ahí en ese vértice los tres guatemaltecos habrán sentido la verborrea,
la náusea de miles de imágenes heredadas y asumidas a lo largo de 21 años de
vida: una mujer tiñéndole el pelo de rubio a su hija; la burla escolar por
haber ganado el papel de Tecún Umán; la sirvienta de Uspantan; “este país
progresa sólo si desaparecen los indios”; la mujer indígena pidiendo dinero en
los semáforos, la contemplación impune debajo de la falda de la criada; el
orgullo por los apellidos españoles; el insulto ‘indio’ para todo aquel necio e
imprudente; la búsqueda por el ancestro italiano o alemán; el indígena
marginado, analfabeto y hambriento; “es un indio blanco”; el indígena siendo
subastado en la publicidad de turismo; “los indios no deberían tener derecho a
entrar al centro comercial”. Luego tal vez habrán corrido para verse ante un
espejo; reconociéndose por fin en sus facciones mestizas, aceptando la
vitalidad de cada uno de sus ancestros. Sólo ellos sabrán si cesaron de cometer
el acto absurdo de discriminarse a sí mismos, contradiciéndose, anulándose; devorándose
a sí mismos como las arañas del desierto.
viernes, 20 de febrero de 2015
lunes, 16 de febrero de 2015
Tendedero
El sol de las tres de la tarde pega de lleno en la facha de las casas
del boulevard. La luz se apropia minuciosamente de casi todos los espacios. Un
anticipo del desierto. Apenas la sombra delgada de un poste del alumbrado
municipal. Guarecida en ella un anciano sentado sobre un banco de plástico.
Sobrevuelan su cabeza la ropa que su hija habrá colgado. El tendedero en plena
vía pública: los uniformes de los niños, las camisas del esposo, los pantalones
del padre. Asiste a cómo los transeúntes levantan la vista maravillados ante
los pájaros de tela, ante el calzón de la señora que aprendió en la pobreza a
no tener vergüenza. Los calcetines inmaculados de seguro se están ahumando con
el paso vehicular. El hombre siembra intriga con su mirada cansada, porque no
entiendo sus motivos. Qué hace ahí sentado, qué suceso aguarda ante su
expectativa, a quién espera reconocer a lo lejos, dibujándose paso a paso.
Acaso alguien que prometió volver: un hijo migrante, una mujer que se esfumó.
Nunca tendré el descaro de preguntarle sus propósitos; quizá ahí cuestione su
vida misma, su expresión íntima. Hacerlo sería una injusticia. Prefiero
especular que se entretiene observando el transcurrir de los carros, el barullo
de las motocicletas, los chiflidos que acompañan a las camionetas, el tipo que
lleva el saco de cemento acuestas, el otro que arrastra un hierro hacia la
ferretería, la madre que le agarra las manos a sus hijos para cruzar el boulevard,
la mujer que anuda una bolsa de pan mientras la sombra del poste comienza a
moverse obligándolo a correr la silla. Es la vida que pasa, parece no tomarlo
en cuenta porque está casi estático, limitándose a seguir una proyección. Sabe,
sé, que cuando se desentienda por fin de la sombra, encarando por fin al sol,
será para atravesar este mismo boulevard, y tendrán que poner a alguien más a
cuidar la ropa.
domingo, 8 de febrero de 2015
¿Leyendas?
¿En cuál viaje psicotrópico habrá quedado confinado el Xocomil? ¿Cuál
turista residente habrá sido el último en fotografiarlo? ¿Qué algarabía de
discoteca habrá apagado el llanto ubicuo de la Llorona? ¿La letra repetitiva de
cuál canción electrónica habrá aliviado su desamparo matricida? ¿Quién habrá
ridiculizado la serenata agua de El Sombrerón? ¿Qué mujer se habrá sentido
ridícula, fuera de moda, con su trenza de amor? ¿Qué auto furibundo habrá
asustado a su yegua maldita, interrumpido el rumor metálico de sus espuelas de
plata? ¿Cuál cadera cadenciosa de mujer extranjera le habrá resultado imposible
emular a la Siguanaba? ¿Quién habrá sido el primero en rechazar su seducción?
¿Cuándo fue la última noche que embarrancó a alguien? ¿En cuál cuadro del arco antigüeño
habrá retornado la balsa de la Tatuana? ¿Qué desconcierto la habrá invadido al
dejar de ser perseguida? ¿A dónde habrán ido los último devotos que le tenían
fe a su pócima de amor? ¿Qué fascinación de turista habrá aplaudido la
estridencia de la Carroza de la muerte en us carrera sobre las calles
empedradas? ¿Cuál gringo conocedor habrá admirado la sangre de los caballos
enceguecidos que tiran de ella? ¿Qué empresa habrá vuelto a los Penitentes de
la Recolección una atracción turística? ¿Cuántas fotos de perfil en el
extranjero tienen como escenario la ceremonia sacrílega? ¿Quién habrá sido el
último en padecer un helor de muerte al contemplar el vuelo de la mariposa
negra? ¿Qué entomólogo le habrá puesto un nombre científico, desarmándola de
cualquier presagio? ¿Cuántos gringos borrachos habrán sido acompañados por el
cadejo? ¿Los habrá resguardado de ellos mismos, de sus propias locuras? ¿Les
habrá lamido la cara mientras yacían desfallecidos en alguna acera de la ciudad
colonial? ¿Será sano no tener miedo, curarse cada uno de los espantos?
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