miércoles, 3 de septiembre de 2014

Amigos de recreo

La conexión vía Panamá, esa escala necesaria donde debo atravesar el aeropuerto de punta a punta. Al umbral del sanitario, un bebedor dividiendo a las personas por género: caballeros aquí, damas allá. El agua bebible gratis desentona con los precios exorbitantes en dólares, y miro con desconfianza la cartelera, sintiéndome ridículo por multiplicar todo por ocho, transformándolo a quetzales que no saben si volar despavoridos o encogerse en mi bolsillo ante las cifras absurdas. Bebo y me siento mejor, más acompañado, porque es imposible no asociarlo con el bebedero de mi antiguo colegio, la fila tras él luego de recreo, todos sedientos después del fútbol con pelota de plástico, de las correderas por los patios donde tropezábamos con niños mayores que nos ofrecían caramelos para que no llorásemos, la añoranza insinuándome que esa época fue mejor, menos complicada, más alegre, porque nada nos repugnaba, ni siquiera que el de adelante sorbiera poniendo sus labios directamente en el grifo, y al parecer en el aeropuerto sólo yo bebo ahí, los turistas han de temerle al cólera del trópico, y así se curan en salud comprando agua embotellada. Luego de saciar mi sed busco mi puerta de abordaje, pero ya no voy solo, me siguen mis amigos transpirando, contentos por estar nuevamente reunidos, por esa risa que contagia, donde era y es imposible sentirse miserable. 

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