El cheque palpitando
en mi billetera, todavía con problemas
de endoso, aquí el nombre de la cuenta, aquí la firma tan parecida a la de mis
padres, a la de mi abuela, ¿y dónde está mi originalidad?, lo que debería ser
mi huella irrepetible en el mundo financiero y de autentificación de
documentos. Y aunque continúe palpitando me da flojera irlo a depositar, a
cambiar el papel por una nueva cifra en mi cuenta de ahorro, me anticipo a la
cola inmensa, al abismo que hay entre la persona que me sucede y antecede en la
fila, pese al paso que nos separa, con qué cara aguardo, cuántos minutos
despilfarro, ojalá lleguen momentos luminosos que repongan tanto tiempo perdido
en colas de banco y en embotellamientos diarios. Y si con esperar no bastara,
de pronto oigo mi nombre pronunciado en gritos, a mi madre que me dice que no
me aleje demasiado, el centro comercial Montserrat dibujándose de pronto, ya
con adornos navideños, un noviembre para volar barrilete, y el grito continúa,
me hace voltearme, buscar la puerta de salida y encarar el antiguo Colegio ‘Los
Andes’, ver los pinos que ahora ya no existen, la puerta abierta del portón
desde donde me saludan tres niños como yo, que agitan sus brazos mientras me
nombran, entrecierro los ojos y reconozco a Pablito, Kevin Pereira y Javier,
los tres son mis amigos, y me conmueve la alegría sincera con que me saludan,
con que quisieran salir del colegio para acompañarme en la cola inmensa que mi
mamá hace desde hace media hora. Pido permiso para cruzar la avenida, ¿será
avenida?, y mi mamá negándomelo, convencida que aún soy demasiado pequeño para
atravesarla sin alguien que mire por mí ambos lados, sin que alguien que
sostenga mi mano. Y sólo me queda devolverles el saludo con la misma alegría,
persuadido que es más divertido el curso de vacaciones a estar en casa viendo
televisión, jugando con mis dinosaurios, haciendo cola en el banco.
lunes, 20 de octubre de 2014
miércoles, 15 de octubre de 2014
Audífonos
Entró a la habitación
y se cercioró que ninguno de sus compañeros estuviera en la pieza. Puso llave
en la puerta. Cualquier reproche diría que por aquello de las dudas mejor dejar
cerrada la habitación mientras durmiese, adentro estaban las computadoras de
todos. Encendió la suya y escribió la página de siempre. Buscaba complacerse
con un video pornográfico, el que hubiese sido más concurrido por otros
cibernautas, el que tuviese mejor ranking. Halló uno con un nombre sugestivo,
con un cuerpo de mujer que ya había contemplado en otras ocasiones. Sabía que
era poco probable que la trama lo sorprendiese; el final sería el mismo a todos
los videos que había contemplado en su vida. Conocía tan bien ese movimiento
con la mano izquierda, esa cadencia para que el acto no fuese un desfogue
ciego, una precipitación rápida hacia una desolación más profunda. Se puso sus
audífonos, quería que sus sentidos se colmaran. Los gemidos de la pornstar eran cada vez más ansiosos. Se
sentía más excitado, más concentrado en las reacciones de la mujer. Ella
suspendió su frenesí y recuperó su voz, de algún lugar que no era ese escenario
de película subvencionada dijo: This is
beautiful. El hombre musculoso que la cogía no supo hacer otra cosa que
reírse. Él perdió la erección, la sangre se le fue para otro sitio. Tomó el
celular y seleccionó la agenda telefónica. Ya no pudo ver la lista de
contactos.
viernes, 3 de octubre de 2014
Peligro bioquímico
Ese olor nuevamente.
Lo venía sintiendo desde el día de su cumpleaños. Bueno, un par de semanas
después pero esa era la referencia temporal más inmediata que tenía. Había
empezado como un hálito inquietante que aparecía en las horas de sol pero ahora
es una vaharada omnipresente e insoportable. Nadie ni nada podía quitarle la
impresión de que el olor salía de ella. Lo sentía ascender, apropiarse
centímetro a centímetro de su cuerpo. Intentó bañarse tres veces al día,
visitar a un ginecólogo, hacerse revisar por un otorrinolaringólogo porque
quizá su problema fuese olfativo, pero parecía no haber conjuro. Casi no
abandonaba su habitación, se rociaba perfume a cada instante, accionaba el
aromatizador en cada rincón de la casa. Su madre la llamaba, le pedía que fuera
sensata, que no perdiera el empleo. No le abría la puerta a su novio, lo
atendía desde el intercomunicador, lo convenció que ni ella misma podía
aguantarse el hedor. Poco a poco se acomodaba a su cuarentena, le hacía bien
sentirse tan inaccesible, tan repelente. Los vecinos empezaron a quejarse del
olor, los zopilotes hacían rondas sobre el techo. Llamaron al departamento de
sanidad porque se corrió el rumor de que había muerto, que su cadáver se
maceraba en el sopor de la bañera. Los delegados se pusieron trajes espaciales,
prepararon sus estómagos para encontrar algo perturbador, forzaron la cerradura
y entraron sin sigilo, un poco aterrados. Hallaron a la mujer mirando la
televisión, un canal de caricaturas. No opuso resistencia cuando la acostaron
en una camilla portátil y la confinaron en un ambiente sellado. La pestilencia
persistía, la fuente aún estaba en la casa. Se sentía la expectativa afuera,
los medios de comunicación se agolpaban ante la cinta amarilla de peligro
bioquímico. Decidieron sacrificar un perro, entrarlo a la casa y que siguiera
el rastro hasta el punto de origen. El perro casi desfallecido indicó algo
sobre el sofá, el bolso de mano de la mujer. Volvieron a temer, habían visto
demasiadas películas de terror, imaginaron dedos coleccionados, lenguas
cortadas, variedad de vísceras. Como en toda cadena de mando, enviaron al más
joven a que abriera la bolsa, a que hurgara en ella. Pudo escucharse una
liberación de gases al correr el cierre. Relajó el rostro, no había nada
escalofriante, incluso nada de lo cual pudiera emanar la pestilencia a primera
vista. Tomó la cartera e hizo que cediera el mecanismo. Un líquido pareció
removerse, empezó a gotear cuando la sacudió sobre el piso. Era una gaza
pútrida, un material viscoso que los hizo encoger la nariz y cerrar los
párpados pese al casco. De uno de los compartimientos brotó un rectángulo que
hizo un chasquido al caer. Esterilizaron el sitio, incineraron la fuente, le
aplicaron un baño especial a la mujer. En el informe diría: licencia de
conducir caduca con alto grado de descomposición.
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