martes, 7 de abril de 2015

Palabras bulléndole en la lengua

Los ojos girando abruptos durante el sueño, despertándome. Mi habitación de siempre a oscuras, las sombras tenaces de las cortinas. Un malestar vago hormigueándome sobre el abdomen. Vanamente hago todo lo posible para volver a dormir. Cierro con fuerza los párpados, me empeño en bostezar, pero nada me devuelve la somnolencia. Quiero descansar, mañana será un día ocupado. Las sábanas y la almohada me incomodan. Cambio de posición, y ahí me convenzo que tendré insomnio, uno sin motivos reales o de los cuales tenga yo consciencia. El malestar empieza a madurar, mi cuerpo lo reconoce y exige ir al baño. Acaso ahí esté el alivio, acaso el intestino no me deje dormir. Cuando abro la puerta, y veo el inodoro, no sé muy bien qué hacer; es un cruce de necesidades. Una vaharada viniendo de cualquier sitio, de la memoria de los camarones que tuve por almuerzo. Apenas me da tiempo de levantar la tapa. Es súbito, el vómito se sucede a sí mismo, cada vez menos espeso. Un momento de tregua, donde me quedo sola con el espasmo horrible, la contracción dolorosa que ya no tiene nada qué expulsar. Ahí me percato que fui estridente, que de madrugada y con la casa silenciosa, a más de alguien debí haber despertado. Otra arcada, y presiento a alguien abriendo la puerta del baño, contemplándome desde el umbral. Es mi madre, pero trae un semblante que no encaja con mi situación. No parece estar a punto de consolarme, de preguntarme si me siento bien, o si prepara un té, una sopa, o cualquiera de sus remedios caseros. Parece no importarle que casi expulso el estómago por la boca, la posibilidad de que esté intoxicada. Trae otra preocupación. Otras palabras bulléndole en la lengua.

-       ¡Ojalá no estés embarazada, Ericka Raquel!

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