Sepa quien se detiene
maravillado, trémulo de ternura y gratitud, ante cualquier lugar de la obra de
esos felices, que yo también me detuve ahí, yo el abominable
Jorge Luis Borges:
Deutsches Requiem
El metro comenzó a
vaciarse. Mi paranoia advirtió la probabilidad de un asalto, una emboscada en
soledad. Todavía sigo siendo iluso, todavía pienso que en multitud soy
intocable. No me dio el coraje para llegar a la estación de Tlatelolco. Una
asignatura pendiente en mi visita al DF. Continúo recriminándome mi incapacidad
de contextualización, porque no todas las ciudades del mundo son tan peligrosas
como la ciudad de Guatemala. Tampoco hay intersticio para justificarme diciendo
que con mis muertos y desaparecidos es más que suficiente.
La web es inmensa,
inagotable. Un sitio siempre termina llevando a otro, aproximándome casi
siempre al epicentro del terror o la autocomplacencia. Lo pongo así: accedo a
Twitter, reviso las palabras de quienes sigo, encuentro un tuit sobre la BUAP,
entro al enlace movido por una curiosidad afectuosa, éste me lleva a los
egresados notables, entre ellos figura Gustavo Díaz Ordaz. Un giro imprevisto,
que parece revelar un mundo diminuto, irónico, con insinuaciones macabras. ¿De
qué naturaleza habrá sido la casualidad que encaminó nuestras circunstancias
para que coincidiéramos espacialmente? Es
decir, misma ciudad, misma casa de estudios, pero distinta época. Él el
terrible, el asesino, el maldito; y yo el estudiante, como alguna vez él
también lo fue.
Díaz Ordaz caminó por
las mismas aceras que yo caminé, sus pasos oscuros antecedieron a los míos. Acaso
ahí ya llevaba el embrión de la barbarie, su forma execrable de buscar y hacer
historia. El tiempo remodela ininterrumpidamente al Zócalo de Puebla, pero
geográficamente sigue siendo el mismo. Es un símbolo; un punto de congregación.
Ahí fui pleno, ahí quise y fui querido, y me ha dado por adivinar que él
también lo fue, que en su momento llegó a conmoverse ante la visión de una
banca, de una calle que lo aproximó a la ternura, al estertor humano que todo
monstruo en principio tuvo. ¿Cuál es la verdadera diferencia entre él y yo? Él
definió su suerte el 2 de octubre de 1968; yo tengo encaminada la mía, pronto
se develará mi verdadero rostro.
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