lunes, 17 de noviembre de 2014

Barra de códigos

Un tipo entra apresuradamente a una farmacia. Es otra atmósfera, otro mundo con aire acondicionado y aroma a desinfectante. El joven dependiente está familiarizado con la prisa, la compadece. Por la expresión del tipo intuye que no tiene una emergencia médica. Se aproxima al despacho y sin tartamudear le pide una caja de preservativos acanalados. Lo pide cortésmente pero eso no evita que lo odie menos. Mientras la máquina lee la barra de códigos, lo mira de reojo. Analiza su postura, sus gestos, la forma en que saca los quetzales con los que paga. Quiere saber qué hay de dislocado en él, qué no termina de encajar. Se pregunta en qué reside la diferencia entre ellos. ¿Cuál rasgo, cuál gesto los hace esencialmente distintos para que él invierta su noche en un trabajo mal pagado y el cliente en una mujer que lo espera apoyada en una de las ventanas del motel de la esquina? Puede que no sea mucho. Puede que el abismo entre ambas veladas sea sólo cuestión de suerte. Y aún convenciéndose de ello sabe que la soledad será más contundente luego que el tipo abandone la farmacia, cuando atraviese la noche imaginando tantas cosas que ocurren en otros sitios. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario