viernes, 12 de diciembre de 2014

Pullman

Empiezo por el escalofrío, la escalera de tu espina dorsal. Busco a tientas, con los labios, tus lunares en la oscuridad. Yo ya estuve en ese lunar, un susurro arremangado, vuelto hacia adentro. Huellas dactilares que dejo y se borran al instante, un reconocimiento, un mapeo nuevo de tu silueta. Me toma un momento, un respiro, asumir la realidad, la blancura de tu espalda, la penumbra de tu cabello. Continúo bajando, siempre con los labios. Tus nalgas y el delirio. Tus muslos trémulos, las rodillas y tu cicatriz. Te quito los calcetines porque en algún lugar leí que es mala suerte desnudarse por completo. Un plagio, una enajenación porque ya no pienso nada más. Poso un beso sobre el empeine de tu pie izquierdo. Luego el ascenso, demorado, tramo por tramo, encontrando otras constelaciones, otros puntos de mi deseo. El erotismo de descubrirte esperándome sin restricción, con la ternura y el principio del placer. El arco de tu cuerpo extraviando la bombacha. Cada vez más agradecido, menos racional. Tus piernas me amarran desde el principio, sin perspectiva, encegueciéndome. Murmullo algo que luego no recordaré, que no artículo bien, que hace eco en tus orejas que escuchan casi nada. Y desfallezco en un estertor que quiere buscar al tuyo del otro lado, entrecortado. Transpiro mientras aún me aferro a tu espalda, extenuado, devastado, todavía sin creer que te marcharás dentro de unas horas, sentada en una pullman, viajando hacia la frontera mientras pasan una película de Disney.  

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