sábado, 9 de mayo de 2015

Guerra del Pacífico

Casi se nos muere Jorgito. Al menos esa es nuestra justificación para no extrañarnos de nosotros mismos, de nuestra reacción. Sin embargo, no puedo contener la risa cada vez que recupero la imagen de Jorge despertando esa mañana, descubriéndose totalmente desnudo excepto por los calcetines aún empapados, preguntándose con genuino pavor qué había sido de él durante la borrachera de la noche anterior.
Nunca previmos que sucediera eso; no sabemos hasta qué punto estuvo puesta en riesgo la vida de Jorge. Todo había empezado de la mejor forma, incluso en un estado de tristeza, porque quizá fuera la última vez que tomábamos juntos. Él y Nicho, ambos peruanos, pusieron una botella de pisco cada uno; era un generoso gesto de despedida. Se sintieron sumamente contrariados cuando descubrimos en la etiqueta que era pisco chileno. De cualquier modo, no tardaron en sacarle el diablo a la botella como yo les había enseñado. Brindamos por un futuro reencuentro. El pisco anegaba los resquicios de desamparo que habíamos acumulado en esos meses lejos de casa. Resultaba grato estar ahí, beber ahí. No vimos razón para continuar deprimidos; Toño, colombiano, a través de un vallenato en su celular instaló la parranda dentro de la habitación. Las cosas iban encontrando su sitio, y eso nos llenaba de una exaltación que no habíamos previsto. Pronto empezamos a hablar de mujeres, como casi siempre. Entre la gaveta de Toño asomó una cámara de video; se entregó a documentar nuestra borrachera.
La virginidad era un tema recurrente. Ante la grabación, declaré algo que ellos ya sabían, yo la había perdido tardíamente. Información que de algún modo consolaba a Nicho, ya que él aún no había llegado a la edad en que yo tuve mi primera experiencia sexual.
-       Sinceramente, sigo siendo virgen. Las perras no se han dejado culear por este macho peruano. No quieren hijos guapos.- habló Nicho somatándose el pecho (llevaba puestas sus gafas oscuras).
Estallaban las carcajadas y continuábamos bebiendo. El vallenato se volvía más depresivo mientras más borrachos estuviésemos. Empecé a arrastrar las palabras; sabía que llegaba a un punto sin retorno. Ya íbamos por la mitad de la segunda botella. A medias lenguas hablábamos del sentimiento latinoamericano, del fervor porque se disipasen las fronteras. Estúpidamente, reunimos los pasaportes de todos y les tomábamos fotografías. En esas estábamos cuando Jorge se dirigió dando traspiés al baño. Intuíamos que iba a vomitar; mandamos a Toño, quien había sido su amigo más cercano, a que fuera a cerciorarse que todo estaba bien. Regresó riendo; Jorgito estaba cagando. Seguimos con lo que quedaba de pisco. Pese a que tuviera adormecida la lengua y supiera que al otro día tendría un poco de amnesia, me sentía entero, con gran parte de mi equilibrio. Vanamente quisimos definir nuestros países; Guatemala, Colombia y Perú pintados en un mapa que pegamos en una de las paredes. Cuando secamos la botella, acaso media hora después, nos percatamos que Jorge aún no había salido. Preví que se hubiese quedado dormido sobre el inodoro. Sin embargo, su aspecto al encontrarlo logró que disminuyera un poco el estupor del alcohol, infundiéndonos miedo. Jorge estaba sentado, con los pantalones arremangados y vomitado por todos lados. Su rostro se miraba más allá del sueño, a un paso del coma. No reaccionaba a nuestros llamados. Aún no sé de cuál sitio en mí vino esa decisión rotunda que tomé.
-       ¡Hay que bañarlo! – dije con aplomo, empezando a quitarle la camisa.
Nicho y Toño se contagiaron de mi lógica. Entre los dos le quitaron los zapatos, pantalón y calzoncillo; sin asquearse ante el vómito que inevitablemente tocaban. Abrí la llave de paso del agua fría. Buen caudal. Sin dudarlo me quité la camisa, y metí mis brazos debajo de las axilas de Jorge. Estaba preocupado; no reaccionaba ni siquiera ante el movimiento. En ese instante no logré imaginar las consecuencias de que se hubiese ahogado en su propio vómito; tampoco se nos ocurrió cerciorarnos de que estuviese respirando. Toño apareció con traje de baño y me ayudó a mantenerlo en pie. El primer contacto con el agua lo padecí yo; luego, pude acomodarlo para que lo recibiera en la nuca y la espalda. Sus piernas empezaron a reaccionar porque ya no tenía que hacer tanta fuerza para mantenerlo erguido. Durante ese ímpetu quizá exagerado por salvarle la vida, no nos causó morbo que fuéramos tres en la ducha y que uno de nosotros estuviese dormido. Toño cacheteaba a Jorge, mientras le pedía que reaccionara, que no muriera. Por el rabillo del ojo vi que Nicho nos fotografiaba riendo; lo reprendí diciendo que era su amigo y sobre cualquier cosa su compatriota.
-       ¡Por Perú, carajo! – exclamó Nicho, quitándose la camisa y metiéndose a la ducha. A lo lejos me acordé de la Guerra del Pacífico.
Éramos cuatro tipos en la ducha y no nos marcharíamos hasta ver que Jorgito reaccionara. Giré toda la llave; y todo el caudal posible cayó sobre su cabeza. Con una voz que no era la suya gritó: ‘Está fría, está fría’. Nos sentimos satisfechos, dio señales de vida. De golpe, acaso por el esfuerzo, me dio un mareo que casi me bota. Nicho y Toño, secaron y acostaron a Jorge. Yo me quedé un rato más con el agua fría. Hay un último video donde salgo cayéndome mientras me paso una toalla por la espalda. Luego hago una acrobacia para acostarme en la cama.
 Al despertarme, cuando la realidad poco a poco fue esclareciéndose me topé con la imagen de Jorgito comiendo en la mesa, ya con ropa. Me vio a los ojos, y leí su vergüenza, sus dudas por haber amanecido así. No pude contener la risa; obviamente a él no le causaba gracia. En su cabeza acaso había sucedido lo peor. En la de nosotros él pudo haber muerto.

-       ¿Por qué no sólo me echaron agua en la cabeza? - 

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