¿Qué está
sucediendo?, nos preguntan cínicamente las redes sociales. Si supieran lo que
nos toca vivir para leer esa maldita pregunta, el peregrinaje que hacemos para
capturar wifi en nuestros celulares y computadoras. Porque, el internet más que
distracción o herramienta de estudio, es nuestro vínculo con el mundo que dejamos
en Guatemala. Son las videollamadas, fotografías, mensajes, canciones que
evocan el baile o el silbido de alguien en particular, aproximándonos a la
familia y amigos. Ahí nos convencemos que la vida allá no se detuvo tras
nuestra partida. Lo esperábamos, pero nos impacta lo sumamente prescindibles
que somos. Parece que sólo nuestras madres nos extrañan.
Somos tres siluetas
vagando por Contaduría a las 22:00, dirigiéndonos a la biblioteca central de la
BUAP, 24 horas abierta, salvándonos la vida. Los ventanales inmensos; en la
oscuridad de la noche aún se siente la presencia del Popocatépetl, la bruma que
lo colma. A esas alturas somos capaces de sobreponernos a la ausencia de
internet en nuestro apartamento. Y pese a la adversidad, no les decimos nada a
nuestras familias. Se preocuparían por nosotros, por nuestra capacidad de
sobrevivencia. No les contamos sobre la lluvia triste que nos embosca cuando
regresamos de clases, la refrigeradora compartida siempre conteniendo alimentos
pudriéndose, la ocasión en que se nos congelaron los tomates, el olor a
marihuana desprendiéndose desde la habitación del fondo, el gato que se caga exactamente
ante nuestra puerta, la poza de agua que se hace en el pasillo cada vez que
llueve.
Y si el frío y un
principio de desolación nos quitan las ganas de ir hasta la biblioteca, al
menos, salimos a buscar wifi al pasillo. El celular como farola, recibiendo un
poco de señal si levantamos el aparato a la altura de la regadera del baño común.
Audaces, nos animamos a subir a la terraza, arriesgándonos a que se nos mojen
lo pies o se nos embadurnen en la mierda de un perro que nunca ha ladrado.
Robándole wifi a los vecinos, a la ciudad de Puebla, tan nocturna, palpitando a
100 km en un carro sobre la avenida. Algún día se verá nuestra alegría cuando
encontremos señal dentro del apartamento, acaso aprovechándonos del recurso de
un inquilino ingenuo. También sé que nos llenaremos de injusticia, que lo
maldeciremos cuando la laptop ya no pueda reconocer la señal, cuando quedemos a
la deriva y todos nos olviden.
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