viernes, 20 de marzo de 2015

Ladrones de wifi

¿Qué está sucediendo?, nos preguntan cínicamente las redes sociales. Si supieran lo que nos toca vivir para leer esa maldita pregunta, el peregrinaje que hacemos para capturar wifi en nuestros celulares y computadoras. Porque, el internet más que distracción o herramienta de estudio, es nuestro vínculo con el mundo que dejamos en Guatemala. Son las videollamadas, fotografías, mensajes, canciones que evocan el baile o el silbido de alguien en particular, aproximándonos a la familia y amigos. Ahí nos convencemos que la vida allá no se detuvo tras nuestra partida. Lo esperábamos, pero nos impacta lo sumamente prescindibles que somos. Parece que sólo nuestras madres nos extrañan.
Somos tres siluetas vagando por Contaduría a las 22:00, dirigiéndonos a la biblioteca central de la BUAP, 24 horas abierta, salvándonos la vida. Los ventanales inmensos; en la oscuridad de la noche aún se siente la presencia del Popocatépetl, la bruma que lo colma. A esas alturas somos capaces de sobreponernos a la ausencia de internet en nuestro apartamento. Y pese a la adversidad, no les decimos nada a nuestras familias. Se preocuparían por nosotros, por nuestra capacidad de sobrevivencia. No les contamos sobre la lluvia triste que nos embosca cuando regresamos de clases, la refrigeradora compartida siempre conteniendo alimentos pudriéndose, la ocasión en que se nos congelaron los tomates, el olor a marihuana desprendiéndose desde la habitación del fondo, el gato que se caga exactamente ante nuestra puerta, la poza de agua que se hace en el pasillo cada vez que llueve.

Y si el frío y un principio de desolación nos quitan las ganas de ir hasta la biblioteca, al menos, salimos a buscar wifi al pasillo. El celular como farola, recibiendo un poco de señal si levantamos el aparato a la altura de la regadera del baño común. Audaces, nos animamos a subir a la terraza, arriesgándonos a que se nos mojen lo pies o se nos embadurnen en la mierda de un perro que nunca ha ladrado. Robándole wifi a los vecinos, a la ciudad de Puebla, tan nocturna, palpitando a 100 km en un carro sobre la avenida. Algún día se verá nuestra alegría cuando encontremos señal dentro del apartamento, acaso aprovechándonos del recurso de un inquilino ingenuo. También sé que nos llenaremos de injusticia, que lo maldeciremos cuando la laptop ya no pueda reconocer la señal, cuando quedemos a la deriva y todos nos olviden.  

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