Le encantaría
desalojar ese avispero, callar la voz distorsionada que agobia con su monólogo
ininterrumpido. Poco a poco, muta, se perfila hacia esa presencia gris que
habita en su cabeza, que no le da un minuto de tregua. Ni siquiera es compañía
en esa noche nublada, cuando le toca conducir hasta su casa proveniente de
cualquier sitio. La voz sabe cuál, por qué viene de allá, si los encuentros e
interacción que ocurrieron en ese sitio valieron la pena; parece que tiene
todas las respuestas, excepto los motivos del carro de atrás haciéndole luces.
Él siente un escalofrío, una necesidad de acelerar. Pero su auto no es rápido;
la emboscada es inminente. Se apean dos hombres armados del auto que recién le
atravesaron, obligándolo a detenerse. El simple hecho de que estén sentados
dentro de un espacio tan íntimo y cotidiano, ya le resulta un ultraje, una
razón para gritar. Le ordenan seguir al otro automóvil. Mientras lo amenazan,
buscan cosas de valor en la guantera y sobre los asientos. Sólo hallan libros
de termodinámica y decenas de tareas de matemática conteniendo problemas que
ellos en su vida habrán de resolver. Su mundo está colmado de esos; la voz lo
intuye pero no los justifica. Cuando revisan su billetera, ríen ante la foto de
su licencia de conducir. Él siempre se ha avergonzado de ella, son pocas las
personas que la han visto, pero ríe porque nunca imaginó encontrarse en una
situación semejante. La risa diferenciada instaura un momento de tensión que
los devuelve al contexto, a la posición que cada uno ocupa. La voz aprovecha,
lo adiestra para que no mire las caras, acaso así tenga una oportunidad de
sobrevivir; nunca propone un plan de
escape, una maniobra que neutralice las circunstancias. Se detiene frente a un
cajero automático, baja sin apagar el auto, uno de los hombres lo sigue
disimulando con la chaqueta la pistola. Éste le pasa la tarjeta de débito; la
voz le proporciona el número de pin, le anticipa cuánto de sus ahorros perderá
en la transacción. Sin embargo, un sabotaje del sistema económico, una
condición imprevista para los delincuentes: el cajero se encuentra fuera de
servicio. La voz no sabe si habrá un plan B, le garantiza que tiene un pie
sobre el callejón sin salida, le habla de la familia que lo espera, del futuro
que probablemente claudicará en 20 minutos. No puede más, se abstrae, se
desquicia, una avalancha silenciosa lo revuelca, una plenitud idéntica a la
oración.
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