Uno no amanece distinto al día anterior, al menos
no en esencia. Porque puede que la gripe haya aparecido o desaparecido durante
el sueño, casi siempre lo primero, pero los grandes cambios no suceden con un
pestañazo, por ejemplo, si yo tengo una duda, seguro la tendré mañana, no será
depuesta, mucho menos olvidada durante una noche de descanso. Debido a esto,
sería equivocado escribir que amanecí con la curiosidad en flor, que hoy traigo
preguntas que no traía ayer, que ya no puedo postergar el misterio. Entonces,
esta pregunta me ha venido merodeando desde hace días, ¿o es al revés?, la
merodeo yo, no importa mucho, la cuestión es que los signos de interrogación se
han instalado en mi cabeza, ambos, mi duda tiene identidad hispanoamericana. La
formularé en seco porque no hay otra forma, y creo que hay drama porque ya le
he dado todo un preámbulo, necesito que alguien me escuche, quizá así mi
soliloquio tome vuelo o se haga estructura, se contradicen, no tomo partida, la
que funcione.
La escribo por primera vez en papel: ¿qué es ser
sancarlista? Exageré, ya la había escrito, la tenía en un post-it, un recordatorio
sobre mi escritorio, para no extraviarla entre otras dudas que no tienen el
honor de aparecer en papel, quedándose como una inquietud, ni siquiera en
palabras, apenas con el principio de un acento interrogativo. Es una pregunta
sencilla, y no por el número de palabras que la conforman, apenas cuatro, sino
porque son los típicos cuestionamientos de identidad que nos realizamos todos
en algún momento tratando de ser interesantes, seduce poco o nada, qué es ser
guatemalteco, hombre, mixqueño, joven. Desde
una visión más crítica podría desmoronarme escribiendo que es una pregunta de
plantilla, donde ya hay una estructura hecha y la palabra clave se sustituye, guatemalteco
por sancarlista, entonces me quedo sin pregunta y sin columna, que hablen otros
mejor. Me permito esta frivolidad porque no hay nadie que lo impida, ni mi
cautela, me viene importando poco si es una duda genérica, si es inadmisible
perderse en ella. La obsesión me ha alcanzado y no hay fragor que me despabile,
ningún consejo que cale, he perdido la garantía de mi vejez. Quizá la pregunta
no sea la adecuada, como ha sucedido tantas veces, ha habido tanta elocuencia
sobre ello, las preguntas equívocas, las que no generan respuestas, las
adecuadas al menos. Pero esa es sólo una posibilidad; puede que no importe
tanto la pregunta, ni la respuesta, sino la búsqueda de ésta, lo que se
descubre en el camino, aunque nos extravíe, aunque acabe en cualquier
acantilado, ante cualquier mar. Apuesto porque así sea. Te lo advierto, ahora
sería el momento de abandonar la lectura, puede que no podamos desandar
nuestros pasos, escalar el acantilado que vio nuestro clavado, mantenernos a
flote en el mar.
Pregunté, ahora toca contestarme, ¿qué es ser
sancarlista? Empiezo por lo obvio, porque estudio en la Universidad de San
Carlos, tengo carnet vigente y me asigné para este semestre. Es una pena que no
se lea la mueca que parece una sonrisa, no encontré nada, y eso que a menudo
las respuestas más simples son las correctas, una enseñanza matemática. Al menos
ya di el primer paso, el consuelo que da el camino, uno que sigue igual de
incierto, un poco más difuso desde las orientaciones anteriores. Me desdibujé
el norte. Apuesto ahora por la definición popular: porque antepongo al prójimo,
es una prioridad mi proyección social, no es que estudie gratis, sino que el
pueblo paga mi educación, un pueblo pobre, a través de sus impuestos, estoy en
deuda con él, y asumo mi misión: id y enseñad a todos. Releo y me descubro
hipócrita si llegara a quedarme ahí, deteniendo mi búsqueda porque encontré lo
multitudinariamente aceptado, la definición de panfleto, la que crea masa y no
individuos, es una universidad, se debe velar por los segundos, educar a la
primera, desarticularla. Mi identidad de sancarlista no puede quedar así, me
rehúso a que sea uniforme, a que mañana me quite la camisola, pasársela al
estudiante nuevo, ya transpirada, honrá el número compadre. Me vuelvo a quedar
sin nada, se me ha escurrido el agua entre las manos; me jodí cuando la
pregunta me asumió, es decir, cuando entré a su cerco, cuando me convencí que
la respuesta ya no podía postergarse, cuando supuse que yo mismo quedaba
indefinido. Entonces, y para no abstraerme, doy patadas de ahogado, ningún as
bajo la manga, ningún azar que pueda socorrerme en este intento, quizá el
último. Y aparece el jolgorio de la huelga de dolores, aquí está tu son
Chabela, en tu nombre me encapucho, gris y negro, que la lucha no ha terminado,
recién empieza conmigo, espérenme, sólo tomo mi bate, la manopla, que me falte
el nombre, la identidad pero no el güaro, porque denuncio mejor así, ebrio y
encapuchado, sin comprometerme realmente, porque soy anónimo, nadie podrá
señalarme, marcho en el desfile bufo sin documentos de identificación, porque
soy pueblo, soy sancarlista, soy huelguero, no acudo ante ningún apellido,
llámenme por mi nombre de guerra, fui bautizado en sus filas, en el
departamento de redacción, porque escribo en el boletín, un alud de adjetivos,
imagínense la sutileza de mi sátira sobre el gobierno, mis chistes sin
alusiones sexuales, mis párrafos de comprensión hacia el prójimo, hacia todos
los que son distintos a mí: homosexuales, estudiantes de universidades
privadas, prostitutas, políticos, etcétera, uno extenso; que se lea mi
sarcasmo, en sonora carcajada prorrumpid.
Me quito la capucha para hablar, aún no me he
ahogado, falta un derrotero, luego no sabré qué hacer. Me habrá consumido la
duda. Lo cierto, es que aquí me rebelo, la subversión la pueden suponer en mi
playera de Jacobo Árbenz, en el póster del Che en mi cuarto, en las consignas
que transcribo en las redes sociales, en mi pelo largo, la barba crecida, mi
desfachatez. Hablo de una revolución, cuando el pueblo se canse y se vuelva
masa, tomaré las armas, y derrocaré al gobierno, de la nada se instituirá una
primavera, una que no será cuestionada, no porque no se deba, sino porque no
puedo, cómo hacerlo sino he leído, si me encantó el aforismo: patria o muerte, si
sólo así concibo el cambio, matar o morir, la atrocidad precederá la primavera,
ya no el invierno. Si me sorprenden vociferando, desde cualquier plataforma, a
través de un altavoz, en el mejor de los casos, puede que oigan un discurso
anacrónico, quizá se transporten conmigo y regresemos al conflicto armado
interno, porque aún aludo al enemigo interno, los desaparecidos, la resistencia
urbana; soy pasado. Llámenme para marchar, que en pie de protesta nadie pisa
más fuerte, me visto de negro, porque el luto es permanente, de rojo, porque es
el color de mi bandera, sorpréndanme caminando a la izquierda, es mi
movimiento, el lado del corazón, la hoz y el martillo, tatúenlas en mi pecho.
Mi fanatismo, sin titubeo ni crítica, me obliga a marchar con una lata de
aerosol, manchando muros, monumentos, obras de arte urbano, porque la he tomado
contra toda propiedad, sea pública o privada, que se lea mi furia, mi desdén en
este grafiti que no tiene poesía ni arte alguno, ni abstrayéndome, se lee
Oliverio vive, Hasta la victoria siempre, qué pensaría Oliverio de este
despropósito, de este escribir su nombre en vano, esta anarquía estancada que
no tiene caos, ni plan para desatarlo, es una pena que haya aprendido a leer si
no he tomado un libro, si no he leído un poema, si no he propiciado mi
acribillamiento por versos que sabrán empezar la revolución, mi revolución.
Es
extenuante la personificación, pero así me curo en salud, me puse sus zapatos,
los calcé y me sentí incómodo, no sé si porque me quedaban grandes o pequeños,
ojalá no sea ninguno, prefiero escribir que no era mi horma, que siempre pongo
pretextos para descalzarme, para sentir el camino bajo mis pies, ninguna suela
que se interponga entre la arcilla, los charcos, y mis dedos. Parezco que no
sueño, no me involucro, pero que nadie me defina si yo no lo he hecho aún. De
cualquier modo tengo mi carnet, mi credencial, el asidero más fácil si la duda
me vuelve a tomar mal parado.