Desactivé mi cuenta
de Twitter, pude haber decidido dejarla en el olvido, para siempre enmudecida,
con una cantidad permanente de frases que nadie más leerá, pero no hubiera
resistido la tentación de ingresar de vez en cuando, sin escribir nada,
evitando cualquier indicio que denotara mi presencia, para comprobar si me
extrañaba, si, incluso en mi ausencia relativa, continuaba redactando lo que yo
quiero creer que son indirectas, lo que yo leía e interpretaba de esa manera.
Aquí no se lee, ni es
posible que sospechen el vacío que sucedió al último párrafo, cuánto me
ausenté, evitando el reencuentro con mis palabras, con esta narración que no
tiene nada de desahogo, que se precipita en un final que quizá no pueda o no
quiera anticipar. Mis explicaciones están de más, les garantizo que no les
contaré todo lo que piense, tampoco procuraré que entiendan mis emociones, que
comprendan la nostalgia con la que redacto, porque fui feliz allí, que cada
quien defina la felicidad, que me censuren si no les parece, sí en el Twitter,
pero creí necesario clausurarme, abolir mi identidad virtual, mis frases casi
siempre parafraseadas, y no fue un escape, prófugo de nada, y quizá en la
reiteración me contradiga, más bien quiero que se convenzan, ustedes que callan
mientras leen, ustedes que me juzgan e imaginan
el pasado, lo que tal vez yo les cuente, la historia que puede estar modificada
para que duden, se convenzan que lo hice por higiene emocional, por olvidar un
desencuentro.
Dramático como soy me
hubiera gustado escribir que lo hice para cesar de desafiar al amor sin poesía
ni fe, para rehabilitarme en mi silencio de sombras que insistían mientras la
leía, cuando encontraba sus tuits y los desmenuzaba para apropiarme de todos
sus sentidos, sobreleyendo e interpretando significados que la gramática no
hubiera admitido. Porque deseaba aparecer en ellos, que me aludieran sin
necesidad de nombrarme; a veces mi búsqueda era demasiado artificiosa, a veces
leía lo que me hubiera gustado leer. No era Twitter, eran mis ojos buscando sus
palabras, aguardaba por ellas y me encantaría exagerar diciendo que esperaba
frente al monitor en calidad de testigo de un naufragio, sin motivos para
padecer fe, para creer en un milagro que me incluyera, que nos incluyera, a
ella y a mí, que justificara mi asedio de lector.
Extrañarla era un
desencuentro, el evento que condicionaba lo que pudiera escribir: mis aforismos
de noctámbulo, las sentencias que me sobrevenían en plena duermevela,
escribiéndolas desde mi celular, temiéndole a las faltas de ortografía que mi
cansancio omitiera. Cómo saber si ella se detenía a leer cuidadosamente mis
tuits, me rehúso a sospecharlo, a imaginarla con la duda en la mirada, con cualquiera de los dos signos de interrogación
tatuado en sus gestos, porque no debió vacilar, y si lo hizo la corrijo ahora,
quizá leas y no te des por aludida, desentendiéndote de la tercera persona
singular que es idéntica a ti, que escribe lo que se le ocurre, el reclamo o el
verso ocasional, hoy ya no más, pero antes eran acertijos con una sola solución
inventada, un laberinto que artificiosamente conducía hasta mí. Debes asumir tu
protagonismo, y te confronto porque ya me cansé de hablarle a la audiencia
hipotética, porque sé que te agazapas entre la multitud, que evitas mis
palabras porque sabes que alguna vez te pertenecieron, que te pertenecen aún,
en el Twitter, aquí en esta justificación a ciegas. Puede que no tuvieras que
recurrir a tu intuición para encontrarte, ninguna sospecha para descubrirte
habitando mi melancolía al final de cada tuit, y no lo digo por reproche; la
verdad todo se hizo demasiado personal, el despropósito inevitable de querer
hablarte, de preferir deponer todas las indirectas que fueron mi único lenguaje
ahí.
Otra ausencia, pero
esta vez fue porque no tuve nada que escribir o porque no supe cómo redactar lo
que estoy dispuesto a compartir, lo que estos mismos renglones me incitan a
esbozar sobre ellos; dejé la historia en suspenso, y planeé claudicarla en ese
momento, instalando un punto final con vocación de punto y aparte, callando para
que más de algún incrédulo continuara creyendo que era ficción, que les contaba
un relato desde mi inmunidad. A veces el otro lado de la puerta también es el
mismo sitio, no es frontera, la pauta entre dos mundos, y digo esto porque
lejos del monitor, de mi celular, me continúo preguntando qué estará
escribiendo, extrañando sus tuits, su imagen al otro lado de la pantalla,
confesando de una vez en esta oración que no echo de menos a los demás
usuarios, a los que decidí según, quieres me entretenían con sus frases
mientras aguardaba las de ella. A partir de aquí, aunque presiento que no falta
mucho, prometo no volver a confrontarla, a emprender un tuteo que evita su
nombre, que le confiere un anonimato que no la protege, porque ustedes, y entre
ustedes ella, pudieron haberla bautizado a su antojo, un nombre de poetiza, que
no se olvide, que se ajuste a su username
que nunca supe transcribir. Y ya sospecho el fin, no el mío en un arrebato
suicida que tampoco cabe aquí, sino el del relato que no me ha rehabilitado
para nada, que me ofrece una tregua para justificarme ante ustedes, que
pudieron temerme, interpretando mi asedio a su perfil como una obsesión, lo
hice por esperanza, a leerme, a sobreponerme a su olvido, en suma: una
esperanza obsesiva.
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