sábado, 22 de junio de 2013

Asedio de lector

Desactivé mi cuenta de Twitter, pude haber decidido dejarla en el olvido, para siempre enmudecida, con una cantidad permanente de frases que nadie más leerá, pero no hubiera resistido la tentación de ingresar de vez en cuando, sin escribir nada, evitando cualquier indicio que denotara mi presencia, para comprobar si me extrañaba, si, incluso en mi ausencia relativa, continuaba redactando lo que yo quiero creer que son indirectas, lo que yo leía e interpretaba de esa manera.
Aquí no se lee, ni es posible que sospechen el vacío que sucedió al último párrafo, cuánto me ausenté, evitando el reencuentro con mis palabras, con esta narración que no tiene nada de desahogo, que se precipita en un final que quizá no pueda o no quiera anticipar. Mis explicaciones están de más, les garantizo que no les contaré todo lo que piense, tampoco procuraré que entiendan mis emociones, que comprendan la nostalgia con la que redacto, porque fui feliz allí, que cada quien defina la felicidad, que me censuren si no les parece, sí en el Twitter, pero creí necesario clausurarme, abolir mi identidad virtual, mis frases casi siempre parafraseadas, y no fue un escape, prófugo de nada, y quizá en la reiteración me contradiga, más bien quiero que se convenzan, ustedes que callan mientras leen, ustedes que me juzgan  e imaginan el pasado, lo que tal vez yo les cuente, la historia que puede estar modificada para que duden, se convenzan que lo hice por higiene emocional, por olvidar un desencuentro.
Dramático como soy me hubiera gustado escribir que lo hice para cesar de desafiar al amor sin poesía ni fe, para rehabilitarme en mi silencio de sombras que insistían mientras la leía, cuando encontraba sus tuits y los desmenuzaba para apropiarme de todos sus sentidos, sobreleyendo e interpretando significados que la gramática no hubiera admitido. Porque deseaba aparecer en ellos, que me aludieran sin necesidad de nombrarme; a veces mi búsqueda era demasiado artificiosa, a veces leía lo que me hubiera gustado leer. No era Twitter, eran mis ojos buscando sus palabras, aguardaba por ellas y me encantaría exagerar diciendo que esperaba frente al monitor en calidad de testigo de un naufragio, sin motivos para padecer fe, para creer en un milagro que me incluyera, que nos incluyera, a ella y a mí, que justificara mi asedio de lector.
Extrañarla era un desencuentro, el evento que condicionaba lo que pudiera escribir: mis aforismos de noctámbulo, las sentencias que me sobrevenían en plena duermevela, escribiéndolas desde mi celular, temiéndole a las faltas de ortografía que mi cansancio omitiera. Cómo saber si ella se detenía a leer cuidadosamente mis tuits, me rehúso a sospecharlo, a imaginarla con la duda en la mirada, con  cualquiera de los dos signos de interrogación tatuado en sus gestos, porque no debió vacilar, y si lo hizo la corrijo ahora, quizá leas y no te des por aludida, desentendiéndote de la tercera persona singular que es idéntica a ti, que escribe lo que se le ocurre, el reclamo o el verso ocasional, hoy ya no más, pero antes eran acertijos con una sola solución inventada, un laberinto que artificiosamente conducía hasta mí. Debes asumir tu protagonismo, y te confronto porque ya me cansé de hablarle a la audiencia hipotética, porque sé que te agazapas entre la multitud, que evitas mis palabras porque sabes que alguna vez te pertenecieron, que te pertenecen aún, en el Twitter, aquí en esta justificación a ciegas. Puede que no tuvieras que recurrir a tu intuición para encontrarte, ninguna sospecha para descubrirte habitando mi melancolía al final de cada tuit, y no lo digo por reproche; la verdad todo se hizo demasiado personal, el despropósito inevitable de querer hablarte, de preferir deponer todas las indirectas que fueron mi único lenguaje ahí.

Otra ausencia, pero esta vez fue porque no tuve nada que escribir o porque no supe cómo redactar lo que estoy dispuesto a compartir, lo que estos mismos renglones me incitan a esbozar sobre ellos; dejé la historia en suspenso, y planeé claudicarla en ese momento, instalando un punto final con vocación de punto y aparte, callando para que más de algún incrédulo continuara creyendo que era ficción, que les contaba un relato desde mi inmunidad. A veces el otro lado de la puerta también es el mismo sitio, no es frontera, la pauta entre dos mundos, y digo esto porque lejos del monitor, de mi celular, me continúo preguntando qué estará escribiendo, extrañando sus tuits, su imagen al otro lado de la pantalla, confesando de una vez en esta oración que no echo de menos a los demás usuarios, a los que decidí según, quieres me entretenían con sus frases mientras aguardaba las de ella. A partir de aquí, aunque presiento que no falta mucho, prometo no volver a confrontarla, a emprender un tuteo que evita su nombre, que le confiere un anonimato que no la protege, porque ustedes, y entre ustedes ella, pudieron haberla bautizado a su antojo, un nombre de poetiza, que no se olvide, que se ajuste a su username que nunca supe transcribir. Y ya sospecho el fin, no el mío en un arrebato suicida que tampoco cabe aquí, sino el del relato que no me ha rehabilitado para nada, que me ofrece una tregua para justificarme ante ustedes, que pudieron temerme, interpretando mi asedio a su perfil como una obsesión, lo hice por esperanza, a leerme, a sobreponerme a su olvido, en suma: una esperanza obsesiva. 

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