Me sorprendió el
periódico del lunes con otra portada macabra, quizá usted la leyera o su papá
se la comentó mientras desayunaba, es el tipo de información que irrumpe en la
cotidianeidad, incluso en la más arraigada, no sé, de cualquier forma se la
comunico, ojalá no me convierta en su mensajero del mal: 24 homicidios en el
fin de semana. Sé que son noticias de las cuales prefiere desentenderse, no
leo, no escucho, no sufro, porque le estropean el día, la semana, desde el
principio, envenenados sus ojos, aterida su sonrisa. Y yo lo padezco, porque su
sonrisa es el próximo momento, la inminencia de la alegría en mí, la fe sin
dios ni milagro. Le expongo mi paranoia, la que se ha construido de tanto leer
los diarios: crece en el retrato de mi sombra, a mis espaldas, vigilándome,
conspirando con los motoristas que vislumbro desde los espejos retrovisores del
auto, las miradas oscuras, se instala en mi reloj, y le resta tiempo, me
aproxima a tantos desencuentros, a mi desencuentro. Aún no el suyo, éste ‘aún’
apuesta tanto a futuro. Cómo no vivir apremiado si la muerte acecha y no
considera a nadie, ni a nada, ni siquiera al absurdo: una bala sin nombre, un
asalto imbécil caminando por atajos, un suicidio en lunes; la casualidad
propicia demasiado, lleva tantos nombres, menos el suyo.
Si hace de la lectura
de periódicos un ejercicio diario, ya una costumbre en usted, es probable que
la derrota haya encontrado un huésped más, la otra cara del cinismo un aliado,
el desaliento un cuerpo donde encarnar; se lo pinto así porque me ha pasado, y
no pretendo arrastrarla a mi perspectiva, empezó lóbrega y no sabemos cómo irá
a terminar, de eso se encargarán las palabras, apuesto a que ellas tampoco
tienen un vaticinio. Aquí, cuando la página se llena de tinieblas, le hago una
propuesta, no indecorosa, ojalá no. Me hubiera encantado decirle que ya no
leyera más los diarios, que desvié la mirada cuando se asome una portada en el
comedor, que se tape los oídos cuando su papá le cuente sorprendido sobre la
matanza de campesinos en Petén, pero el desentendimiento es otro síntoma de
desesperanza,aquí en Guatemala no se puede vivir con los pies en el suelo,
pocos pueden mantenerse en pie, tanto temblor, el epicentro bajo nuestra suela.
Le propongo, y le tomo la mano mientras lo digo, que si leemos muerte, odio,
violencia, racismo, intolerancia en el diario de hoy, salgamos a la calle a
buscar lo contrario, encendamos el auto, pongámonos los tenis, engrasemos la
cadena de la bicicleta, no importa cómo, pero salgamos, y no escribo ‘ojalá,
porque la realidad contradirá los hechos, cualquier reportaje, es mi certeza. Que
nos desbarate el pesimismo un beso en el parque, una niña persiguiendo palomas,
un anciano silbando, un saxofón en plena sexta avenida, un balón rodando. Y si
la tarde está lluviosa, quedémonos en casa, apaguemos los teléfonos, bajemos
los flipones eléctricos, y a oscuras con todo el tiempo del mundo, de la lluvia
que ya ha amainado, contradigamos sin antónimos, sin ningún ‘no’, que nuestra
caricia rete a la violencia, que nuestro beso ponga en duda cualquier
estadística (los índices de analfabetismo, de criminalidad, de femicidios), que
la refute a pura matemática. Seamos de los pocos que se toman un respiro en
pleno naufragio, que pese al fragor, la desesperación y los violines, logremos
sacar la cabeza del agua y aún con los ojos empapados, éstos vislumbren un
paraíso: el mar y su horizonte. <Nuestro tema es para ver llover>, lo
tarareamos juntos, lo canta Silvio.
Todo parece una evasión: ponerse audífonos, ensimismarse
en un libro, tomarla de la mano y escribirle esta carta. Sin embargo, no
importa lo que hagamos, incluso si cerramos los ojos, y le subimos a la radio
cuando suena la canción en inglés, el coro rumiado, y el modo de vida yéndose a
la chingada, Guatemala no aparece, ya está ahí, no insiste, no precisa hacerlo.
A veces me quedo corto cuando hablo de ella, me revienta en el pecho y eso entorpece
la elocuencia, después de ahí, cualquier cosa que diga será un disparate, un
acto excesivo, la palabra me advierte. Lo que quiero decir es que pese a
cualquier distracción es imposible desentenderse de la violencia, si no me toca
a mí no existe, si el noticiero la anuncia cambio de canal. Me acuerdo de la
pobreza, y la pongo en la balanza, qué pesa más, y digo abruptamente que
prefiero vivir con hambre que con miedo, lo dice el clase-mediero que nunca le
ha faltado pan en la mesa, un quetzal de tortillas. Ajustémonos a la pirámide
de Maslow, y me retracto: la comida es primero, luego la seguridad. De
cualquier modo, y sin importar qué pensemos, las malas noticias continúan
apareciendo, éstas sí aparecen, terminan asomándose, en los diarios, el
internet, la televisión, pero son más de lo mismo, una repetición a medias:
misma situación, distintos actores. Y qué se puede hacer con ellas, qué hacía
yo antes de conocerla a usted: tragarme los reportajes y luego exclamar ojalá
no me pase a mí, a ningún bien querido, a ningún conocido de vista; en esa
jerarquía. Ahora que está aquí, cuando el ‘aquí’ es tan cerca, una
improbabilidad que le dio por florecer, puede haber un cambio en mi mundo,
usted ha irrumpido en él pero no ha exigido nada, yo le ofrecí permanencia.
Ahora le ofrezco un puesto, no hay necesidad de que envíe su hoja de vida,
ninguna burocracia, sólo tiene que decidir si tomarlo o no. Le doy tiempo para
pensarlo, no se sienta presionada. Es un trabajo de media jornada, lo que sí es
que hay que madrugar, no puede retrasarse nunca, el repartidor de diarios no
puede anticipársele, tampoco mis ganas de leer. Creo que ya empezó a suponer
sus atribuciones, se las digo para terminar con el suspenso: leerme las
noticias, desde el comedor, con su voz de circunstancias, sorteando los
énfasis, los que amenazan con instalarse en la portada, en los titulares, por
siniestros y desalentadores. Usted nunca será intermediaria, aunque lo parezca,
entre la realidad y mis oídos, la mirada la he de deponer, porque usted me ha
de contar las malas nuevas, técnicamente será una intermediaria del
intermediario que es el periódico, que recopila los eventos, para mi
infortunio, para mi fortuna, pero ya no las oiré igual, ni se me encogerá el
corazón ni el futuro, porque aunque me cuente algo macabro (madre tira a su
neonato al basurero), siempre usted será la buena nueva de mi día, mi
contradicción preferida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario