domingo, 30 de junio de 2013

¿Qué es ser sancarlista?

Uno no amanece distinto al día anterior, al menos no en esencia. Porque puede que la gripe haya aparecido o desaparecido durante el sueño, casi siempre lo primero, pero los grandes cambios no suceden con un pestañazo, por ejemplo, si yo tengo una duda, seguro la tendré mañana, no será depuesta, mucho menos olvidada durante una noche de descanso. Debido a esto, sería equivocado escribir que amanecí con la curiosidad en flor, que hoy traigo preguntas que no traía ayer, que ya no puedo postergar el misterio. Entonces, esta pregunta me ha venido merodeando desde hace días, ¿o es al revés?, la merodeo yo, no importa mucho, la cuestión es que los signos de interrogación se han instalado en mi cabeza, ambos, mi duda tiene identidad hispanoamericana. La formularé en seco porque no hay otra forma, y creo que hay drama porque ya le he dado todo un preámbulo, necesito que alguien me escuche, quizá así mi soliloquio tome vuelo o se haga estructura, se contradicen, no tomo partida, la que funcione.
La escribo por primera vez en papel: ¿qué es ser sancarlista? Exageré, ya la había escrito, la tenía en un post-it, un recordatorio sobre mi escritorio, para no extraviarla entre otras dudas que no tienen el honor de aparecer en papel, quedándose como una inquietud, ni siquiera en palabras, apenas con el principio de un acento interrogativo. Es una pregunta sencilla, y no por el número de palabras que la conforman, apenas cuatro, sino porque son los típicos cuestionamientos de identidad que nos realizamos todos en algún momento tratando de ser interesantes, seduce poco o nada, qué es ser guatemalteco, hombre, mixqueño, joven.  Desde una visión más crítica podría desmoronarme escribiendo que es una pregunta de plantilla, donde ya hay una estructura hecha y la palabra clave se sustituye, guatemalteco por sancarlista, entonces me quedo sin pregunta y sin columna, que hablen otros mejor. Me permito esta frivolidad porque no hay nadie que lo impida, ni mi cautela, me viene importando poco si es una duda genérica, si es inadmisible perderse en ella. La obsesión me ha alcanzado y no hay fragor que me despabile, ningún consejo que cale, he perdido la garantía de mi vejez. Quizá la pregunta no sea la adecuada, como ha sucedido tantas veces, ha habido tanta elocuencia sobre ello, las preguntas equívocas, las que no generan respuestas, las adecuadas al menos. Pero esa es sólo una posibilidad; puede que no importe tanto la pregunta, ni la respuesta, sino la búsqueda de ésta, lo que se descubre en el camino, aunque nos extravíe, aunque acabe en cualquier acantilado, ante cualquier mar. Apuesto porque así sea. Te lo advierto, ahora sería el momento de abandonar la lectura, puede que no podamos desandar nuestros pasos, escalar el acantilado que vio nuestro clavado, mantenernos a flote en el mar.
Pregunté, ahora toca contestarme, ¿qué es ser sancarlista? Empiezo por lo obvio, porque estudio en la Universidad de San Carlos, tengo carnet vigente y me asigné para este semestre. Es una pena que no se lea la mueca que parece una sonrisa, no encontré nada, y eso que a menudo las respuestas más simples son las correctas, una enseñanza matemática. Al menos ya di el primer paso, el consuelo que da el camino, uno que sigue igual de incierto, un poco más difuso desde las orientaciones anteriores. Me desdibujé el norte. Apuesto ahora por la definición popular: porque antepongo al prójimo, es una prioridad mi proyección social, no es que estudie gratis, sino que el pueblo paga mi educación, un pueblo pobre, a través de sus impuestos, estoy en deuda con él, y asumo mi misión: id y enseñad a todos. Releo y me descubro hipócrita si llegara a quedarme ahí, deteniendo mi búsqueda porque encontré lo multitudinariamente aceptado, la definición de panfleto, la que crea masa y no individuos, es una universidad, se debe velar por los segundos, educar a la primera, desarticularla. Mi identidad de sancarlista no puede quedar así, me rehúso a que sea uniforme, a que mañana me quite la camisola, pasársela al estudiante nuevo, ya transpirada, honrá el número compadre. Me vuelvo a quedar sin nada, se me ha escurrido el agua entre las manos; me jodí cuando la pregunta me asumió, es decir, cuando entré a su cerco, cuando me convencí que la respuesta ya no podía postergarse, cuando supuse que yo mismo quedaba indefinido. Entonces, y para no abstraerme, doy patadas de ahogado, ningún as bajo la manga, ningún azar que pueda socorrerme en este intento, quizá el último. Y aparece el jolgorio de la huelga de dolores, aquí está tu son Chabela, en tu nombre me encapucho, gris y negro, que la lucha no ha terminado, recién empieza conmigo, espérenme, sólo tomo mi bate, la manopla, que me falte el nombre, la identidad pero no el güaro, porque denuncio mejor así, ebrio y encapuchado, sin comprometerme realmente, porque soy anónimo, nadie podrá señalarme, marcho en el desfile bufo sin documentos de identificación, porque soy pueblo, soy sancarlista, soy huelguero, no acudo ante ningún apellido, llámenme por mi nombre de guerra, fui bautizado en sus filas, en el departamento de redacción, porque escribo en el boletín, un alud de adjetivos, imagínense la sutileza de mi sátira sobre el gobierno, mis chistes sin alusiones sexuales, mis párrafos de comprensión hacia el prójimo, hacia todos los que son distintos a mí: homosexuales, estudiantes de universidades privadas, prostitutas, políticos, etcétera, uno extenso; que se lea mi sarcasmo, en sonora carcajada prorrumpid.
Me quito la capucha para hablar, aún no me he ahogado, falta un derrotero, luego no sabré qué hacer. Me habrá consumido la duda. Lo cierto, es que aquí me rebelo, la subversión la pueden suponer en mi playera de Jacobo Árbenz, en el póster del Che en mi cuarto, en las consignas que transcribo en las redes sociales, en mi pelo largo, la barba crecida, mi desfachatez. Hablo de una revolución, cuando el pueblo se canse y se vuelva masa, tomaré las armas, y derrocaré al gobierno, de la nada se instituirá una primavera, una que no será cuestionada, no porque no se deba, sino porque no puedo, cómo hacerlo sino he leído, si me encantó el aforismo: patria o muerte, si sólo así concibo el cambio, matar o morir, la atrocidad precederá la primavera, ya no el invierno. Si me sorprenden vociferando, desde cualquier plataforma, a través de un altavoz, en el mejor de los casos, puede que oigan un discurso anacrónico, quizá se transporten conmigo y regresemos al conflicto armado interno, porque aún aludo al enemigo interno, los desaparecidos, la resistencia urbana; soy pasado. Llámenme para marchar, que en pie de protesta nadie pisa más fuerte, me visto de negro, porque el luto es permanente, de rojo, porque es el color de mi bandera, sorpréndanme caminando a la izquierda, es mi movimiento, el lado del corazón, la hoz y el martillo, tatúenlas en mi pecho. Mi fanatismo, sin titubeo ni crítica, me obliga a marchar con una lata de aerosol, manchando muros, monumentos, obras de arte urbano, porque la he tomado contra toda propiedad, sea pública o privada, que se lea mi furia, mi desdén en este grafiti que no tiene poesía ni arte alguno, ni abstrayéndome, se lee Oliverio vive, Hasta la victoria siempre, qué pensaría Oliverio de este despropósito, de este escribir su nombre en vano, esta anarquía estancada que no tiene caos, ni plan para desatarlo, es una pena que haya aprendido a leer si no he tomado un libro, si no he leído un poema, si no he propiciado mi acribillamiento por versos que sabrán empezar la revolución, mi revolución.

Es extenuante la personificación, pero así me curo en salud, me puse sus zapatos, los calcé y me sentí incómodo, no sé si porque me quedaban grandes o pequeños, ojalá no sea ninguno, prefiero escribir que no era mi horma, que siempre pongo pretextos para descalzarme, para sentir el camino bajo mis pies, ninguna suela que se interponga entre la arcilla, los charcos, y mis dedos. Parezco que no sueño, no me involucro, pero que nadie me defina si yo no lo he hecho aún. De cualquier modo tengo mi carnet, mi credencial, el asidero más fácil si la duda me vuelve a tomar mal parado.

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